Quiero que el Málaga esté en la Euroliga que se juega con los pies

Quiero que el Málaga esté en la Euroliga esa que se va a jugar con los pies. La liga de los pijos, de los del jersey echado por los hombros y la gomina, de la de los que mandan en el mundo del fútbol y quieren tener a los pobrecitos a su servicio para ganarles por goleada a base de las plantillas que se crean con los billetes televisivos generados por jugar contra los pobrecitos. Quiero ser de la Euroliga del fútbol, la Superliga de Florentino, de los catalanes que ganan copas de España sin querer ser españoles o de los colados en la fiesta porque ni son del novio ni de la novia y aún se creen con la potestad de poder hacer un brindis con la pareja.

El Málaga tiene que estar ahí. Pero no a cualquier precio. Queremos que los partidos se jueguen solo la noche de los sábados para que nos dé tiempo a ir al centro de marcha tras los partidos, nos tienen que prometer que las comidas oficiales serán el gazpachuelo y el plato de los montes y que, en el caso de que se coma pescado frito, nadie le ponga limón. Queremos que los partidos los den pirateados o, en su defecto, por 101TV, que el balón oficial sea un Mikasa, que se tenga que jugar con el límite salarial superado, con 18 fichas y al límite de la alineación indebida por cuatro canteranos. Las camisetas tienen que ser todas feas, que no representen a los clubes que participen y que la más chula no salga a la venta. Que los clubes solo se puedan vender por un euro, o incluso por menos. Que cada verano el mejor jugador de cada equipo sea fichado por otro por el mínimo para pagar impuestos. Que los fichajes de invierno sean todos amigos de los representantes o de los directores deportivos, y si pesan 120 kilos, mejor.

Eso sí sería una Superliga en la que me gustaría estar. Pero claro, en muchas cosas y aunque parezca increíble la ficción es superada por una realidad que está siendo devorada por las ambiciones de un grupo de millonarios que se pasan por el forro las normativas porque solo les interesan sus traseros de pijos millonarios, elitistas, que toman por tontos a todos los que no son como ellos o no tienen su estatus. La lucha de clases, llevada al fútbol. Una vergüenza que cada vez huele más a podrido, a mafia y a cara dura.

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