La vida sigue igual

La pobre Final Four de Unicaja en casa dista sobremanera del excelente curso, aún por rematar

Cantaba Julio Iglesias casi en los setenta que, por muchas penas y glorias que acontezcan, siempre hay porqué luchar. Que son los pocos que son de verdad los que halagan en el triunfo y comprenden el fracaso. Y quizá hay que entrecomillar varios conceptos en la cita al madrileño, como lo de que son pocos los fieles, en este caso, al Unicaja. Porque el basket vuelve a estar de moda en Málaga y eso es gracias al brillante trabajo de cada una de las parcelas de la entidad. También habrá quienes no quieran calificar el batacazo de la Final Four de fracaso, pero es la ambición que se respira entre los cajistas la que hace pedir siempre más al equipo y mantener el nivel de exigencia a la altura que el equipo malacitano merece. Entendiendo que puede caer en el camino, pero que siempre se busca llegar lo más lejos posible. Y lo mejor, que se cree que este equipo puede llegar adonde se proponga, siempre y cuando acompañen los factores del juego, como es inevitable.

Es la temporada de Unicaja digna de cualquier elogio, de eso no hay duda. Sin embargo, tampoco existe debate en que los elogios eran mucho más grandilocuentes hasta la noche del pasado viernes, no puede ser de otra manera. Y es que no puede ser de otra manera ya que es Unicaja un equipo totalmente distinto, que ha recibido un lavado de cara y que nada tiene que ver con el equipo que, hace tan solo un año, perpetró la peor temporada que se le recuerda, con un balance de 13 a 21 en Liga, sin Copa del Rey y eliminado en cuartos de la BCL en dos partidos ante BAXI Manresa. Por ello, para analizarlo todo, se ha de levantar la vista para analizar de manera completa la situación actual.

Era la Final Four de la BCL en casa, en el Carpena, la oportunidad de oro para levantar por primera vez un título en Málaga para un equipo que acostumbra a celebrar lejos del hogar. Con todo de cara y con la gesta más salvaje aún en la retina, el Unicaja afrontó un fin de semana que no revestía la dificultad que otras consecuciones cajistas entrañaron. Seamos honestos, todos nos veíamos un poco campeones, aunque fuese en lo más profundo de nuestro ser. Es tan bonito el deporte que, en muchas ocasiones, nos depara sorpresas de grato sabor como fue la del pasado febrero en Badalona y, en muchas otras, nos amarga el mencionado gusto, como el pasado fin de semana, en el que Unicaja no solo perdió en, posiblemente, el peor partido de la temporada de los malagueños, ante el Telekom Baskets Bonn en semifinales, sino que también fueron derrotados por Lenovo Tenerife en la pelea por el bronce.

Sin embargo, de lo que no resta duda es de que las cosas se están haciendo notablemente bien. Y, para ello, el mejor indicador es la afición, esa que después de haber atravesado un desierto carente de competitividad vuelve a sentirse identificada con su equipo y con su club. La que después de cuajar un tétrico partido y caer eliminados en semifinales llena el pabellón para ver a su equipo disputar el tercer puesto y ovacionarlo cuando tampoco lo consiga. Porque la pelota puede entrar o no, el tiro de Perry ante los teutones podría haber sido de mil formas distintas, las jugadas pos tiempo muerto pueden funcionar o no -siempre y cuando podamos verlas entre toalla y toalla-, pero el baloncesto ha vuelto a Málaga para quedarse. Y aún queda el plato fuerte de la temporada, los ‘play-off’ frente a un demasiado conocido como el mencionado equipo aurinegro. Hasta entonces, como diría el artista, la vida sigue igual.

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