Los llantos del malaguismo

Me dolió en el alma un comentario de un malaguista añejo ayer tras el empate ante el Huesca. Uno de esos fieles malaguistas de los de siempre, que no se tiene que comprar un carnet para serlo porque él es de los que vieron desaparecer al equipo de su vida. De los que cayó en la trampa de comprar cinco carnets valederos para varios años que se convirtieron en una estafa por la que nunca vio ni el dinero ni los partidos. Uno de esos blanquiazules que vivieron el rehundimiento del CD Málaga, el resurgir del Málaga CF desde los barros y los Mikasas de la segunda B más dura de la historia hasta la Intertoto del primer titulo europeo de un equipo andaluz y al que le rompieron el corazón ya remendado por cientos de costuras en la noche del famoso robo arbitral en Dormund.

“Salgo del estadio llorando como un niño tras lo de hoy”. Esas fueron sus palabras en el frio mensaje de WhatsApp que me llegaba, mientras intentaba autoconvencerme de que aún se puede, en medio de un postpartido tan irreverente como siempre y tan loco en el que Almendral fue capaz de dar un mensaje de optimismo que nadie del resto de esta redacción parecíamos creer.

Llorar por fútbol. Pero, ¿qué clase de droga dura es este macabro negocio que nos lleva a tirar de sentimientos y que araña las almas de los más duros seres humanos convirtiéndolos en piltrafas en manos de un equipo? ¿Qué mensajes ocultos tienen los partidos para que, sin darnos cuenta, tíos tan grandes como la torre Mónica se derrumben por un empate en casa?

Que asqueroso y que bonito a la vez. Llorar por fútbol, la estupidez más bonita que puede existir. Los locos del balompié, los que se recorren si hace falta un país de punta a punta para sufrir durante 90 minutos con los más azarosos destinos, saben que llorar no ayuda y que jode porque esas lágrimas no les impedirán tener que ir al trabajo al día siguiente. Ya está tardando algún sindicato de trabajadores en reclamar una baja (al menos de un día) para todo aquel que sufra más de la cuenta con su equipo de fútbol. Una especie de día de asuntos futbolísticos.

Las lagrimas de los malaguistas añejos tienen más poso, como los reservas en las bodegas Excelencia. Un aficionado al fútbol como el que sigue al Málaga ya sabe que va a llorar de pena. Las alegrías se quedan en otros colores, otros escudos, otros aficionados y otros clubes con el poderío que aquí no podemos tener.

No lloréis por fútbol. Y os lo dice un tío que leyendo un prospecto de medicina como le pongan un violín y un piano de fondo se pone a llorar como María Magdalena. El fútbol, que es más que un sentimiento, es también muchas cosas que están muy lejos de defender a los que viven con ilusión este deporte. El Málaga es el ejemplo de que el fútbol, el deporte que más sentimientos mueve, está en manos de los que viven del fútbol y lo hacen de espaldas a los que lloran y viven con pasión el amor a su club.

Son tantas las fechorías, los desplantes que han realizado a los malaguistas los que han manejado las riendas del club que ya nadie debería llorar por el Málaga. En este año no merece ni una sola lágrima un equipo que dirige quien, con la mejor de sus intenciones, dejó en manos de una persona sin preparación la dirección deportiva después de sus fracasos anteriores. A la que mantuvo en el puesto aun a riesgo de que pase lo que parece complicado remediar pese a las muestras de su nefasta gestión en la dirección deportiva. El que no quiso hacer caso a los que aportaban los datos que anunciaban que esto podría suceder y a los que le dijimos que aunque a él le pareciesen buenos los jugadores que habían traído la plantilla era una autentica castaña.

Por eso, querido malaguista si queréis llorar poneros a pelar cebollas para una buena tortilla de patatas y dejar que los que tengan que llorar por el fútbol sean los que viviendo de él no han estado a la altura. Lo mejor que puede hacer el malaguista no es llorar, es pedir a los que nos han llevado a esta situación que se vayan a tomar vientos.

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