Entre una calle y otra de la olímpica París me llegan los ecos de los abonados malaguistas y exclamo: «¡Estamos locos!».

No es normal lo que está pasando. Los que hemos formado parte de la lucha por alcanzar 20 mil abonados con un equipo en Primera División y sin la inestabilidad actual no podemos más que vernos sorprendidos por los números que están alcanzando este verano. No tiene lógica alguna si comparamos temporadas pasadas en las que, con mejores equipos, mejores entrenadores, mejores opciones deportivas y una competición más relevante, nos costaba acercarnos a esa cifra de 20 mil socios.

El nuevo malaguista es el hijo de aquellos que vivieron el ascenso del Málaga con Joaquín Peiró. En muchos casos vieron de rebote el gol de Rondón ante el Sporting para clasificarnos para la Champions y saben de la existencia de un jeque, porque no nos cansamos de hablar de él. Esa gente joven que llegan con el sentido de pertenencia a sus espaldas se sienten identificados con un club en el que hay muchos signos de ‘nouvelle epoque’, pese a que navegamos en la incertidumbre de una entidad inestable bajo el control de la justicia que ralentiza todo mucho más que para el resto de equipos.

Estos malaguistas de nuevo cuño son capaces de recorrerse la piel de toro montados en un autobús para ver a un equipo que rara vez es capaz de devolverles en goles y juego ese esfuerzo. Las alegrías son contadas, pero son cercanas. El esfuerzo del Málaga por ser cercano, hacer visible a sus figuras y acorde con la situación bajarse al barro para hacerse más humano y dejar a un lado aquel palacio de cristal en el que habían convertido una entidad que se creyó más de lo que era (y de lo que podía ser porque una vez un señor vino aquí con sus petrodólares y caímos en la trampa al más puro estilo ‘Bienvenido, Mr Marshall’)… todo ello está funcionando.

Berlanga estaría muy orgulloso de aquellos días, pero este malaguismo nuevo le rompería la cabeza de un plumazo. Es el giro inesperado de los acontecimientos, una realidad más impensable que aquella forjada únicamente a base de corazón, de sentimiento por encima incluso del éxito, porque no se puede decir exactamente que estos que hoy se abonan lo hacen de la mano del logro deportivo. Ni el año pasado el ascenso se logró con un registro que alentase al abonado, ni el juego alienta a pasar más que dolores de cabeza blanquiazules durante la temporada, pero… ¿a quién le importa? No parece importar a nadie que vayamos a sufrir más que un aficionado del Nàstic en la sección de balones del Decathlon, hemos venidos a animar a los nuestros aunque sepamos que no va a ser una tarea fácil. Que nos quiten lo bailado, lo sufrido y lo soñado.

Qué sencillo se lo hemos puesto a los de marketing del Málaga, que no han tenido ni que hacer campaña este verano. Imagino a esos adelantados a su época pensando cómo convencer al socio para que renueve dándose cabezazos contra la pared al grito de «¿Qué estamos haciendo mal?». Y es que tienen que estar contrariados, sin ellos tenemos muchos más socios que con todos sus vídeos, sus artistas exclusivos ayudando gratuitamente y todas sus tormentas de ideas en el mes de julio.

En Francia ha pasado igual con las entradas a los Juegos Olímpicos, no hay quien saque una ni al precio más caro, da igual el deporte, las fases de la competición o el país en liza. Aquí no hay entradas sin necesidad de cantar ‘La Gitana Loca’… ni esconder balones.

Kiko García Delgado

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